El arte y sus ecosistemas: más comerciales, más elitistas o más íntimos. Con críticos, sin críticos. Con intermediarios, descentralizado. En digital o en analógico. Al final: el público decide. El público elige. El público complementa. El público observa. El público mantiene en el recuerdo o deja en el olvido. El público paga. El público invierte el bien más valioso: su tiempo. Enorme responsabilidad crear en un contexto en el que el arte fluye a enorme velocidad y volumen, con tantos nuevos agentes y tantos nuevos discursos. Gran privilegio continuar años después con la misma ilusión pensando y creando para el entusiasmar a la gente, sorprenderla y hacer que formen parte de mis obras, creando vínculos que se han hecho fuertes a lo largo del tiempo. No hay mayor utilidad que hacer felices a los demás. Durante todos estos años, mi trabajo ha sido compartir todas las versiones de mis creaciones y reinventarlas, también dar siempre la mejor versión de cada una de ellas. Con pasión. Por supuesto, observando a ese público exigente que mantiene viva mi obra. El arte no es una cuestión de técnica, ni de tecnología, ni de discursos, ni de focos, ni siquiera del poder del marketing.
El arte solo convence y perdura en el tiempo, en la memoria y en el corazón de la gente si tiene alma. En un mundo en el que, prácticamente, todo está inventado y en el que todo es accesible, efímero y maleable, el arte que sobreviva, el que verdaderamente triunfe, será aquel cuyo estilo sea capaz hacer felices a quienes lo contemplen. Aquel que no se olvide, el que permanezca siempre cerca, el que no muera jamás. El arte hecho para la gente. El arte el hecho con el alma.